martes, 30 de octubre de 2012

El proletario, en España, se mueve


Ay Asturias
Ay León 
Qué guerreros
qué pundonor
qué fieros
y cuánto horror
en la guerra del carbón.

Ay mis Astilleros
Ay mi Bahía
Cómo pelean
qué osadía 
la del obrero
qué no se rinde
en el astillero.

Y cómo luchan
y cómo sienten
quién diría
viendo la tele
que el proletario 
en España
se mueve.

Por la educación
Por la sanidad
Por el carbón
y el barco en el mar
Por mi pensión
Por dignidad
revolución.

A por el patrón
y el banquero
el político ratero
cómo nos chupa
el mamón
se va a enterar
por ladrón.

A la de tres, Revolución
A la de tres, Revolución
A la de tres, ¡Revolución!

viernes, 26 de octubre de 2012

Noche sin luz


Buenas noches a todos. Son las diez y cuarenta y tres minutos de la noche en un piso cualquiera de cualquier lugar. Se ha ido la luz en toda la zona y parece que tardará en volver.


El único halo de luz que entra por mis retinas es el de las farolas anaranjadas de la calle, una vela minúscula de esas que se usan para decorar los catálogos de Ikea y la luz de la pantalla de mi portátil, al cual le quedan algo más de dos horas de batería (que luego serán más porque he desactivado el wifi y se supone que tiene que aguantar). Como exjugador de Cluedo que soy puedo asegurar y aseguro que la chica a la que le expropio Internet –te queremos Marta– es del mismo bloque que un humilde juntaletras porque no aparece la señal. Suena de fondo algo de Nada Surf que no hace más que consumir batería y darle sintonía a esta noche especial. Y digo especial sin ánimo de querer ser un bohemio de la vida. Pero es cierto que estas situaciones de incomunicación, sin tele ni radio ni nada que se le parezca, le dan un puntillo de extraordinariedad a la vida rutinaria que llevamos. Al menos la mía. Desde luego esta forma de esperar a la Muerte es digna de probar, al menos durante un día.


Desde que entré por la puerta hace una horilla larga he intentado llevar una vida normal en la anormalidad. Esto me hace reflexionar sobre la poca adaptabilidad que tenemos cuando queremos a toda costa imitar el día a día en las situaciones excepcionales que se nos presentan. Aunque es cierto que tenía que ir al baño como loco y eso no hay situación excepcional que lo cambie. Ese momento con el móvil en la boca intentando iluminar la oscuridad absoluta, apuntando con el cañón de vida a la nada y lanzandote a la aventura del desahogo a plena sombra de la noche no tiene precio. Creo –mañana lo comprobaremos– que he dejado el pabellón bien alto cuando, tras unas milésimas de suspense, he oído como las lágrimas del desecho humano producían, a su impacto con la calma del agua que reposa en el fondo de la garganta del señor Roca, el sonido inconfundible de la victoria en el tiro con pis que es, al fin y al cabo, esta cosa que llamamos vida.


Tras ese nada desdeñable triunfo me propuse el aún más difícil todavía: Cocinar a la penumbra de los fogones y de los ya mi inseparables amigos la luz de la vela-denigrante y la minipantallita del minigalaxy. Casualidades -o causalidades- de la vida había cacharros sin fregar. Y sí, han acertado, ahí fui yo. ¡Al lío! –me dije–, sin un atisbo de terror en la mirada, como cuando el gran Baughner, Baugner, Bahugner o como diablos se llame, saltó al vacío desde el más vacío todavía que es la estratosfera. Con el móvil entre los dientes y la velita alumbrando los dioses saben a qué cogí el estropajo y el Fairy marca Día y me puse manos a la obra. Lo malo de fregar a oscuras es que puedes dejarte alguna parte del cacharro en cuestión sin fregar. Lo bueno es que no te darás cuenta. Después de ese incansable baile de estropajazos me lancé al noble arte de la cocina estudiantil (también conocida como “Pasta, fritura y no tocar la verdura”). Puse agua a hervir, aceite a calentar y pasé los minutos pensando qué cocinar. Bueno, miento; pensando más bien en por qué cocino siempre lo mismo. Saqué el cartón de sanjacobos que tenía abierto con dos unidades en el interior y las cinco salchichas que me quedaban de otro paquete en similares condiciones mientras me planteaba cuanto durarían los tuppers de mi señora madre descongelándose en el esta noche mal llamado 'congelador'. Me hice también con lo que quedaba de una bolsa de macarrones –todo marca Día– que por entonces, a la luz de la oscuridad, parecían pocos y que luego, al cobijo de mis intestinos, resultaron excedentes.


Tarea fácil fue volcar los macarrones en el cazo pero mucho más complejo fue la aventura sartenil. Por aquel entonces no recordaba el tamaño minúscula de ésta y, echao p'alante de mí, dispuse de sendos sanjacobos y manita de salchichas y los lancé -¡que estoy mu loco!- todos a la vez a la piscina aceitosa que era aquella escultura de teflón taiwanés. Imaginen el espectáculo posterior haciendo hueco a toda esa masa graseril en unos pocos centímetros cúbicos. Después de separar un par de peleas entre salchichas y sanjacobos –las primeras, pequeñitas pero matonas, iban dominando el terreno– que intentaban ocupar el mismo lugar opté por expulsar a las salchichas de la alberca allí formada. Medida dictatorial, sí, pero que la situación requería. Espero que no se cebe en unos años la oposición política con mi equipo de gobierno por esta decisión de carácter urgente que exigía, qué sino, medidas urgentes. Con la pasta pastando y los sanjacobos sanjacobeando me puse a bailar el chiqui-chiqui me senté a esperar. Terminó primero la pasta -cosa extraña pues suele tardar más. Tendría miedo a la oscuridad y se ablandó con facilidad, qué sé yo- y la revolqué en el mismo cazo previo escurrimiento sobre un bote de tomate de cartón –marca Día o muerte– ya precipitado. Tras una serie de bailes de cucharón terminé por crear la ya especialidad de la casa y que, junto a la fritanga, completó mi menú nocturno –de digestión ligerita– que recién terminé de comer.


Fue entonces, cuando contemplaba los restos de comida que no logré acabar, el momento en el que me dispuse a filosofear sobre ésta nuestra sociedad moderna. Resulta difícil encontrar momentos de absoluta calma, sin contacto con nada ni nadie, en estos nuestros días. Estoy seguro que si hubiese electricidad por mis cables y wifi de mi inestimable Marta –te adoramos Marta– conectándome al mundo no estaría yo aquí ejerciendo el noble arte de la pulsión tecladil por el mero hecho de escribir. Por amor a la escritura. Escribir por escribir. Ya no se lleva. Y les aseguro también, a riesgo de traerme la desgracia hacia mi persona, que si los desgraciados hijos de puta de Endesa devolviesen los vatios a ésta nuestra morada yo dejaría de escribir ante la avalancha de comunicación que llegaría a mi. Me pondría a responder con guasa algunos whatsapps y sustituiría la música armoniosa de Nada Surf por las voces ya familiares de nuestros queridos vecinos de Desengaño 21. Gracias a los dioses –a los tuyos me refiero, que yo no tengo– esto no sucede. Los malnacidos mamones de Endesa siguen a lo suyo y yo a la escritura, que es lo mío. No lo digo porque se me de especialmente bien sino porque es uno de mis mayores placeres después de hablar por Whatsapp y ver Aquí no hay quién viva.


Y me lamento –ya en serio– de esta sociedad que estamos creando entre todos. Tenemos que estar continuamente comunicados. Y, lejos de sentirnos satisfechos con hacerlo con nuestros seres queridos o cercanos, queremos hacerlo con cuanta más gente mejor. Por eso no es de extrañar en nuestros días ver gente que quiere cada vez más y más seguidores en Twitter para decirles cuando se levantan, que han desayunado o de qué tamaño era el truño que se ha merendado nuestro estimable amigo Roca. Tweets de la talla de “Con @tusmuertos de shopping” o “Cagando, vuelvo en cinco minutos #TwitterOffdeJuver” son tendencia en nuestras vidas. ¿Qué demonios pretenden con eso? ¿Que le haga un retuit? ¿Un fav? ¿Una lista en la que incluya a gente que justifica el porqué el aborto debe no sólo estar permitido sino también estar subvencionado? Estamos llegando a unos extremos que parecen no tener fin. La 'sociedad de la información' la llaman. La 'sociedad GameOver-InsertCoin' la llamo yo.


Reclamo desde estas líneas, ya para acabar, un poco más de filosofía. Un poco más de literatura. Un poco más de pasión. Un poco más de vida ya que, al fin y al cabo, a eso que ustedes viven no se le puede llamar vida. Llámenle como quieran pero les ruego no le llamen vida. Respeten ese término para quienes queremos –aunque nos cueste conseguir– un poco de placer y felicidad inmaterial en estos años que nos da el universo donde, en una libertad más que relativa si no cuestionable, podamos errar una y otra vez hasta llegar a la muerte.


Ahora les dejo que, aunque me queda un 21% de batería (media horilla), tengo que ir a cagar.
Buenas noches a todos.

26 de octubre de 2012 a las 00:23 de la noche.