Marc abrió el grifo de la ducha. El agua le caía sobre la cabeza. Al principio estaba fría, aún no se había calentado. Pero le daba igual, estaba en la gloria. El sonido que provocaba le hacía viajar a mundos idílicos, a lugares paradisíacos con cascadas de agua cristalina y rayos de sol inundando el cielo.
El agua comenzaba a calentarse y en pocos segundos salía vapor por la ducha. Mientras se enjabonaba comenzó a pensar en Luci, aquella rubia con el pelo largo y tirabuzones que caían colgando sobre sus hombros, rememorando a la más bella doncella de cuentos de hadas. Esbozó una sonrisa. Luci era una compañera de clase. Se sentaba dos lugares más atrás y era preciosa. Era también muy inteligente, divertida y tímida a ratos, siempre sencilla y con su blanca piel parecía una muñeca de porcelana. Luci era... Luci era perfecta. Y no era suya, pero a él le daba igual. Se conformaba con verla cada día, recibir sus buenos días y admirar su figura.
El agua caliente comenzaba a enrojecerle los pies, pero no importaba. Comenzó a pensar en el helado que se acababa de comer. A Marc le gustaban los helados de tres bolas, una de chocolate, una de fresa y otra de menta, también con trocitos de chocolate incrustados. Por encima le echaba nata montada, dispuesta en forma circular acabando en una espiral, como había visto en un anuncio de la tele. A continuación, vertía caramelo líquido que iba deformando a su paso la perfecta figura formada por la nata montada. Por último, espolvoreaba pequeñas virutas de chocolate por sobre la copa, de esas de colores que tanto le gustaban. El helado estaba buenísimo, y con aquel calor de comienzos de julio, sentaba de maravilla.
El agua caliente le provocó un cosquilleo en las piernas, pero no le importaba. Recordó que su tío iba a recogerlo en dos días para ir a su casa de campo. Allí corría detrás de los conejos, jugaba con el perro de su primo –Blanquito– y comía los increíblemente sabrosos cocidos de su tía Margaret. Tenía ganas de ir.
Cuando terminó de enjuagarse cerró el grifo; los sonidos idílicos desaparecieron, Luci le abandonó con sus tirabuzones, el sabor del helado se tornó amargo y los dos días que quedaban para que su tío lo recogiera le parecieron eternos. La sonrisa se esfumó. Al apagar el grifo escuchó lo que ocurría fuera del baño: Sus padres discutían a voces, tenían problemas económicos pues su padre había perdido su empleo como transportista en unos grandes almacenes y ahora no paraban de gritarse. Toda esa felicidad que parecía eterna desapareció. Puto dinero.
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